forzaatleti

Si es usted merengón y ha venido a esta web a leer cómo un atlético se autoflagela por su equipo, le invito a que busque en otro sitio porque aquí no lo leerá. Si por el contrario, es usted colchonero, pero viene buscando justificaciones y autocomplacencia, no pierda el tiempo y márchese. Aquí no encontrará eso.
Sí diré que Manzano actuó con poca inteligencia al proclamar a quien quisiera oírle que el partido que iba a disputar el Atlético de Madrid en el Bernabéu sería bronco y feo.

Hoy hay derbi. El Atlético visita al Real Madrid. Atrás quedan los otros 148 partidos y los 464 goles, las 375 amarillas y las 39 expulsiones. Atrás quedan los goles de Santillana y Campos, el teatro de Buyo, el gol de Perea que nunca subió al marcador, los regates de Raúl, el Albertinazo, los penaltis esquilmados por manos «involuntarias»… Hoy todo eso queda atrás. O al menos eso tenemos que pensar, porque si miramos a las estadísticas podemos echarnos a temblar. Fíjense ustedes bien.

Comentaba en privado con mi amigo José Valera que su artículo de ayer era -y permítanme la expresión- el puto discurso previo al desembarco en Omaha Beach, Normandía. Un catecismo de emergencia en tiempos de desazón, desunión y aflicción, dónde el peor enemigo está entre nosotros y tiene nombre: complacencia.
Muchas veces, en esta guerra de los derbis, tengo la sensación de que el aficionado atlético se ve a sí mismo acorralado en una trinchera

La afición atlética está rota en mil pedazos. Las facciones ya ni luchan entre ellas por querer tener la razón. Somos un pequeño país que sacrifica a sus soldados, que los manda a una muerte segura, que piden clemencia antes de presentarse en el campo de batalla. Incluso los dictadores que se apropiaron de un club parece que también lo han hecho de la historia, nuestra historia.
Pero la historia no puede ser robada. Solo puede ser olvidada. Y la única forma de no olvidar es hablar de ello.

Te invito a jugar con los recuerdos. Piensa en aquellos días de la tierna infancia, más o menos lejanos según tu edad, querido lector. Ahora, rememora aquellos partidos de fútbol entre “indios y vikingos”, entre “los del Atleti y los merengones del barrio”. O como en mi caso, los aficionados al Madrid contra el resto de aficionados. Tus zapatillas que pronto mudaron de color, cubiertas por el barro unas veces, por el polvo, otras. Las medias rojiblancas y caídas «a lo Paolo Futre».

Buenas tardes señoras y señores. Bienvenidos al estadio Santiago Bernabéu donde está a punto de comenzar el derbi entre el Real Madrid y el Atlético de Madrid: el partido de máxima rivalidad madrileña y española. Los protagonistas aún no han saltado al terreno de juego, pero el ambiente en las gradas ya es extraordinario. Bruno siempre iniciaba así los partidos.

Hubo un tiempo que cuando me enfadaba con alguien hablando del Atleti lo hacía con alguien del equipo rival. Ese equipo que tuvo un presidente que estudió Derecho, fue hombre de negocios, fantoche, graciosillo y chulesco a partes iguales y que pensaba que era el ombligo del mundo. Ese equipo cuyos combates deportivos cuerpo a cuerpo podían saldarse casi con cualquier resultado. Luchas igualadas que a veces un detalle tramposo por su parte desequilibraba la balanza.