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El Calderón ayer fue una fiesta. Una fiesta grande. Era el primer partido de liga y la afición acudía feliz y contenta tras la conquista del segundo título europeo en tres meses y medio. Pero, no sólo por eso sino también por la forma en la que se ganó la Supercopa ante el Inter de Milán.

Os confieso que la primera vez que oí, al final de la semana pasada aquello de que una ciclogénesis explosiva iba a atravesar la península ibérica durante el fin de semana lo primero que hice fue refugiarme debajo de la mesa del comedor. Transcurrido un tiempo, pude reaccionar, al enterarme de que éste era el nombre científico que se le daba a lo que comúmente se conocía como tormenta perfecta. Me quedé más tranquilo, puesto que ya había visto la película, prescindible por cierto, de George Cloney. Al menos, ya tenía una idea de en qué consistía la ciclogénesis de marras.

Tenía pocas dudas de que el Atlético soportaría la presión de un ambiente hostil en El Sardinero y superaría la eliminatoria para llegar a la final de La Copa del Rey. El resultado del partido de ida y la mentalización con la que los rojiblancos afronban el partido eran suficientes para no hacer sufrir a la parroquia.

Esperaba con expectación la lista de convocados del viernes de Quique Flores tras su famosa y comentada rueda de prensa después del partido en Huelva. Quique me defraudó porque creo que la consecuencia lógica tras sus palabras era hacer varios cambios en la convocatoria y en la alineación. No fue así. Me decepcionó.

Como una novia de la que estuve perdidamente enamorado durante años y que tras largo tiempo sin verla volvió al pueblo a pasar las vacaciones de verano con dos niños, el marido y varios kilos de más, entonces me pregunté cómo fue posible que me enamorara tan perdidamente de esa señora. La cantidad de ligues que me perdí por ser fiel a ésaaaaaa.

Por fin la grada del Calderón y la afición en general pudo celebrar una victoria de su querido equipo. No creáis que no se sufrió. Todo lo contrario. Pero más que la victoria hoy quiero celebrar la aparición de un futbolista de menos de 18 años que dio una lección de valentía, profesionalidad y tranquilidad a sus queridos compañeros.