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Vivía la Liga española en el nirvana del duopolio construido en la última década a base de favorecer a los poderosos y olvidarse de los pobres hasta que hace dos años y medio llegó Diego Pablo Simeone al Atlético de Madrid. Desde entonces, el guión establecido en los despachos y alentado desde las redacciones ha terminado en la destructora de papel. El Atleti se proclamó campeón de liga con autoridad y contra todo pronóstico en un campeonato histórico.

El fichaje de Jiménez ha estado envuelto en una apasionada polémica cuando, una vez que se destapó el interés del Atleti por él, se descubrió, a través de su cuenta de twitter, que se había declarado en varias ocasiones seguidor del Real Madrid. Jiménez procedió a borrar algunos de sus mensajes, pero ya era tarde. El revuelo sólo había comenzado y ya no ha parado.
Lo que denota Jiménez en sus tweets es que no ha tenido mucha inteligencia al hacer público su madridismo.

Durante estos días se ha especulado con la vuelta de Torres. Entre los rumores y las mentiras habituales del periodismo que se apoya en la cantidad de seguidores de una red social para garantizar los siguientes pasos de un fichaje, me he encontrado con una gran cantidad de opiniones sobre el que yo pensaba era nuestro ex jugador más querido. Y tal vez no lo sea tanto.
Así pues, apoyándome en uno de mis poemas de cabecera (Antonio Machado y sus Proverbios y Cantares) intentaré explicar los sentimientos contradictorios que me genera el niño que se ha hecho un hombre.