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Hoy va a ser un gran día. Estoy convencido. Superado el varapalo de no ganar la Liga en el Calderón el pasado domingo, hoy hay una segunda oportunidad. La última, complicadísima pero gloriosa. El Atlético de Madrid tiene la posibilidad de ganar el campeonato en la casa del equipo que ha dominado el fútbol español, europeo y mundial en la última década. Lejos de que esto pueda incitar al miedo, debe suponer un acicate más para los jugadores y el cuerpo técnico.

Aunque no soy abonado del Atlético de Madrid desde hace años por cuestiones geográficas, siempre que puedo intento ir al Calderón e incluso, en más de una ocasión, he hecho lo posible para conseguir una entrada para alguna final continental o copera. La verdad es que nunca he tenido demasiadas dificultades para asistir a tales eventos. Tengo mis métodos aunque no los explicaré aquí.

Sin embargo, en esta ocasión ya había desestimado ir a Lisboa

Goya retrató la lucha fratricida entre españoles absolutistas y liberales. Dos hombres semienterrados que antes de ayudarse el uno al otro a salir prefieren molerse a palos. Así somos.
En esta última semana he visto florecer todo tipo de sentimientos entre la afición.
Cuando apareció el vampiro emocional llevando flores a la tumba de la Liga por la derrota en Levante, un optimista inconsciente hacía números y desaconsejaba permanecer en el desánimo.

En esas horas largas previas a todo lo importante los adjetivos sobrevuelan tu cabeza intentado posarse atropelladamente; luchando por describir lo que viviremos mañana. Son momentos de liturgia. De preparación y recogimiento. Instantes en los que se afilan las armas con el espíritu sereno y calmado por el bálsamo que siempre otorga la cercanía de lo inevitable. Cuando el hoy y el mañana casi se tocan no hay marcha atrás. Estás aquí, pero pronto estarás luchando, que es lo mismo que decir que ya estás luchando.

La verdad es que no tenía intención de escribir este post pero al leer el artículo de Damián Carbajo de ayer que encontraréis justo debajo de éste en la portada del Forza Atleti me he decidido a hacerlo.
Dejando a un lado la canallada de Cerezo y Gil Marín de duplicar el precio de las entradas en el último partido de Liga en el Calderón, sin duda otra torpe, injustificada y codiciosa acción de los de siempre, mi intención es centrarme en otro aspecto de su artículo en el que me veo reflejado y sobre el que nunca me he atrevido a escribir por no herir susceptibilidades.

Ayer, después de casi siete años, Fernando Torres regresó al Vicente Calderón para jugar contra el Atlético de Madrid. Lo hizo en un partido especial: una semifinal de la Copa de Europa. El niño volvió hecho un hombre con 30 años en su carné de identidad. Ha pasado mucho tiempo y muy rápido desde aquel 3 de julio de 2007, día en que se anunció su fichaje por el conjunto inglés del Liverpool.

El sábado elconfidencial.com titulaba que Diego Costa había llegado a un acuerdo con el Chelsea para vestir de azul el próximo curso. El club de Londres, según José Félix Díaz, pagaría la cláusula de 60 millones de euros. El acuerdo se habría negociado directamente entre el Chelsea y Jorge Mendes.

Mourinho iba tras Diego Costa incluso desde la época en que era entrenador del Real Madrid