Media España dormía la siesta a pierna suelta cuando saltaba la noticia. David Villa se convertía, de golpe y porrazo y sin los archiconocidos flecos de por medio, en el delantero que tanto había ansiado el Atlético de Madrid. Se ve que el mensaje -o llamémosle amenaza- de Simeone surtió efecto, pues apenas unos días después de lamentar la falta de refuerzos tiene a su servicio nada más y nada menos que al máximo goleador histórico de la campeona del mundo. Ahí es nada.