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La agorafobia atlética

El último episodio de esta adictiva telenovela dirigida por Diego Pablo Simeone hizo las delicias de quienes, bien sea por envidia, celos o ganas de molestar, quieren ver un fatal desenlace de la temporada del Atlético de Madrid. El equipo rojiblanco volvió a dar la de arena lejos del Vicente Calderón por enésima vez. No se trata de profundizar en la importancia de una derrota que, ya sea en Vallecas o, dado el caso, en el mismísimo Maracaná contra el Brasil del 70, no deteriora ni un átomo la fantástica campaña rojiblanca.

No seré yo quien, desde estas líneas, sugiera un ataque al equipo como algunos ya se han empeñado en relizar. Quien se lleve las manos a la cabeza por perder ante el Rayo Vallecano –equipo en puestos europeos, le pese a quien le pese- no es consciente de dónde está el equipo y de dónde puede llegar. Pedirle al Cholo que construya el Guggenheim con cuatro clavos y un martillo es una utopía cuyo parecido con la realidad es pura coincidencia.

Pero una vez levantados los cargos contra el entrenador, no es malo entrar a analizar los problemas del equipo lejos del Vicente Calderón. Parece como si el paciente sufriese un cuadro agudo de agorafobia, de miedo a los espacios abiertos lejos del calor y el cobijo del Vicente Calderón. La última victoria lejos del templo rojiblanco data de hace casi tres meses, un periodo de tiempo excesivamente prolongado y que únicamente el milagro del fortín del Manzanares hace que pueda pasar desapercibido.

Mr. Hyde se convierte en el Dr. Jekyll en cuanto se avanzan unos kilómetros por la M-30 y pierde sus señas de identidad. Su carácter indomable se torna en una inusitada fragilidad en todas las líneas que provoca un caos más propio de campañas anteriores que de la presente. En definitiva, el elegante galán, el capitán del equipo de fútbol americano que se lleva al huerto a la guapa animadora se torna en un sucio pajillero devorador de comida rápida.

¿Causas? Solo dentro de ese vestuario pueden conocerse, pero si algo se ha ganado ese grupo es la confianza. Podría venir derrotado de mil batallas que el que suscribe confiaría en la siguiente contienda lejos de casa. La relajación en determinados encuentros ha sido palpable y, aunque no sea políticamente correcto decirlo, es hasta entendible. Muchos se acomodan en el fácil recurso de las rotaciones y la clara diferencia entre determinados futbolistas y sus teóricos suplentes pero la guerra es larga y para que finalice con éxito es necesario perder muchas batallas como la del pasado domingo. Y algunas más que vendrán.

En  apenas un par de días vuelve la competición europea, esa que ha provocado que a muchos se nos llene la boca y ahí no habrá tiempo de rectificar errores. Es el momento de elegir muy bien los movimientos del castillo de naipes. Apostar por la Liga es algo ilógico viendo quién está por delante y mirando cómodamente por el retrovisor a los que llegan por detrás. La Copa queda aparcada a un todo o nada en Sevilla y Europa es la tercera vía. Llegar más lejos con tan poco es imposible.

Dicho esto, si de economizar energías se trata, piérdanme mil partidos más como el de Vallecas y métanle un saco a esos rusos del Rubin Kazan, pero háganse mirar esa terrible patología lejos del Manzanares porque llegará el día –llegará, háganme caso- en que los puntos y los partidos también vuelen del Calderón.

Periodista en Eurosport Yahoo! Rojiblanco como bendito castigo y nostálgico del fútbol de antaño. Politeísta creyente en Gárate, Luis, Arteche y Calderón. Fernando Torres, el profeta.
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  1. Es imposible que aguantemos el ritmo que llevábamos durante toda la temporada, antes «sólo jugábamos los fines de semana» lo pongo entre comillas porque eran diferentes los equipos que jugaban el jueves y el domingo, desde enero han tenido que jugar los titulares tanto jueves como domingo, eso provoca cansancio y genera que no podamos aguantar el ritmo todo el partido ni todos los partidos.