El Atleti ha iniciado la temporada transmitiendo sensaciones diferentes en cada uno de los cuatro partidos disputados. Son, a nadie se le escapa, pocos para establecer conclusiones definitivas. Sin embargo, soy de los convencidos de que los comienzos determinan, en buena medida, el devenir de los campeonatos. Los resultados obtenidos: tres victorias y una derrota no pueden considerarse malos, más bien todo lo contrario. Aún así, insisto en que las sensaciones que el equipo dejó después de cada uno de los partidos fueron múltiples y variadas.
Del conformismo con el que el Atleti jugó contra la UD Las Palmas, se pasó a la intensidad ante el Sevilla, luego a la resignación contra el Barcelona y por último en Estambul se evidenció que, pese a las nuevos fichajes, Griezmann sigue siendo el único delantero en quien se puede confiar.
Más allá de que Simeone deba ajustar aún muchos aspectos deportivos: la adaptación de Jackson Martínez, la conformación del centro del campo, cómo deben integrarse los jóvenes, el papel que deben desempeñar los nuevos fichajes y la definición del sistema de juego; el técnico argentino debe encontrar un nuevo discurso con el que volver a embravecer a las huestes rojiblancas: a las que se sientan en la grada y a las que corren por el césped.
Considero que para realizar la grandiosa, gloriosa e histórica temporada 2013/2014 fue necesario algo más que los goles de Diego Costa, las paradas de Courtois, la intensidad de Gabi y la seguridad defensiva. Fueron necesarios un mensaje y un enemigo.
El mensaje quedó articulado en torno al orgullo rojiblanco. El discurso construido por Simeone fue enterrando uno a uno los numerosos complejos que el Atleti había acumulado en las, casi, dos últimas décadas de vida. Cada viernes o sábado el entrenador retaba, desde la sala de prensa, a sus jugadores y la afición colchonera a jugar cada partido como si fuera el último. Partido a partido, latido a latido, gol a gol, fue fabricando un equipo campeón. Simeone, sin la pedantería de otros entrenadores, gestó una corriente filosófica que trascendía lo meramente deportivo para imbricarse en la vida diaria de cada aficionado. Mensajes diáfanos, palabras llanas, directas al corazón y alma de cada atlético, de cada atlética. Esta filosofía, deportiva y vital: el cholismo, fue fundamental.
Faltaba un segundo ingrediente para sintetizar la fórmula mágica. Y en esto, apareció la prensa para autoproclamarse como el enemigo. Contraprogramó el cholismo con el mensaje: ya caerá el Atleti. Lo fiaron todo al paso del tiempo sin darse cuenta de que el tiempo favorecía a Simeone. Mientras en las tertulias se centraban en el absurdo y aburrido, por eterno, debate de siempre, el Atlético de Madrid ganaba partidos. Un gol por cada desprecio, más unión por cada insulto, más coraje por cada ultraje, toda la fe del mundo frente a la indiferencia de la prensa del régimen. Al seguidor atlético, maltratado sistemáticamente por los medios, no le hizo falta nada más.
El cholismo no ha perdido vigencia, per debe recuperar la épica que alimenta el espíritu cuando las fuerzas fallan. El mensaje debe mantenerse en lo sustancial y debe renovarse en lo circunstancial. No sé cuál ha de ser el sentido de esta renovación, hacia dónde debe apuntar el discurso. Sí sé que tengo la sensación de que ha de hacerse. El Atleti necesita que Simeone discurra una renovación del mensaje que revitalice al aficionado; del enemigo, ya se encargará la caverna.