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Desde que Alejandro Magno prohibió la barba entre sus soldados por temor a que supusiera una desventaja en el combate cuerpo a cuerpo (los enemigos podían agarrarlas desestabilizando al portador) los barbudos han sufrido todo tipo de calamidades. En la Rusia de Pedro I, por ejemplo, las personas que deseaban seguir luciendo con orgullo su vello facial debían satisfacer un impuesto. Con anterioridad, Enrique VIII ya había instituido un tributo similar. Lucir una barba superlativa nunca ha sido tarea fácil.

Es totalmente comprensible que, para algunos hombres, el peso de la masculinidad sea demasiado abrumador y prefieran ir afeitados. No es el caso de Arda Turan y su bárbara barba. Prominente como un jab de derechas. Espesa como un bosque en la Selva Negra y afilada como sus diagonales azabaches en el campo. La barba de Arda, trasciende al propio Turan. Si el cholismo es la ética de este Atlético, el ardaturanismo es su estética.

Arda forma parte de ese Núcleo Duro de jugadores tarantinianos que hacen de este Atlético un rival terrible y un amigo adorable. Tipos con sus propios códigos que cuando abren las puertas del Salón y sacuden el polvo de sus botas provocan que los de dentro echen las manos al revólver.

Es curioso lo de este Atlético. Un equipo que alberga tantos -ismos (cholismo, diegocostismo, ardaturanismo…) más que un club parece la Escuela de Atenas. Tal vez se nos haya ido esto de las manos. O tal vez no. Tal vez toda esta mitología esté plenamente justificada.

Nuestro bárbaro barbudo cumple años. Esperemos que su juego y su barba sigan creciendo a este lado del río otro buen puñado de años y que tan sólo se la afeite por promesas cumplidas –Slowly cabrón-.  Nosotros tendremos un nuevo título y, Diego Costa, materia prima con la que tejer sus guantes para la próxima temporada.

Felicidades, turco.