En los últimos años, el Atlético de Madrid ha visto cómo algunas de sus grandes estrellas hacían las maletas rumbo a destinos con aparentemente un mejor proyecto deportivo y, sobre todo, con la capacidad de hacerles más felices a final de mes. Históricamente, el Atlético ha ido sobreponiéndose a estos golpes como buenamente ha podido. Hombres como Futre, Hugo Sánchez, Dirceu o Luiz Pereira y otros más recientes como Torres o Agüero salieron del club y los daños nunca fueron irreparables.
Sin embargo, desde la llegada de Diego Pablo Simeone, las salidas duelen aún menos si cabe. Se fueron la batuta de Diego en el centro del campo y los goles de Falcao pero la sensación es que el Atlético actual está mejor que nunca. Temporada tras temporada, partido a partido, entrenamiento a entrenamiento, el técnico argentino ha ido modelando a la gran estrella del nuevo Atlético de Madrid, esa que la directiva jamás podrá vender por muchos jeques adinerados que llamen a la puerta: EL BLOQUE.
Simeone ha reinventado el ajedrez. En sus casillas ya no hay blancas o negras, solo rojiblancas, y en lugar de las piezas habituales juega únicamente con aguerridos peones, que tienen la agresividad del alfil, la fuerza de la torre, la inteligencia del caballo y la movilidad de la dama. Para colmo, cada uno de ellos se siente tan importante como el rey dentro de ese particular ‘simeoniano’. Nadie sobresale con respecto al compañero de al lado.
Gracias al bloque, y solo al bloque, el Atlético de Madrid está donde está. Solo así se explica cómo un chaval con la mayoría de edad recién cumplida puede suplir sin fisuras y con garantías a un veterano en mil batallas como Miranda. La concienciación colectiva permite que salga del once un idolatrado Arda en favor de un vilipendiado Raúl García y que, una hora después, el segundo se retire del campo entre vítores de quienes antes le pitaban. La receta de Simeone es también la que hace que un delantero sediento de gol y ávido de venganza se retire del campo con una gran sonrisa pese a que ni le dejaron tirar un penalti -suerte que uno jamás pensó que pudieran quitarle al asturiano-, ni pudo lanzar una falta que parecía diseñada exclusivamente para su pierna derecha. En este ejemplo, y en tantos otros, la jugada colectiva, la estrategia, estuvo por encima del interés individual. Y el final de la historia ya lo conocen.
Decía la canción que ‘Tú no eres sin mí, yo solo soy contigo’ y esa parece ser la filosofía aprendida por los jugadores del Atlético de Madrid. La gran mayoría de ellos han alcanzado en estos dos años, y salvo muy contadas excepciones, el mejor nivel de sus carreras, un rendimiento que jamás habrían logrado en otro sitio, con otros compañeros, con otro capitán al frente de la nave. Ayudar al compañero les hace fuertes y les permite sentirse más seguros y protegidos ante las adversidades. Nadie es imprescindible pero todos son necesarios en un equipo que llega engrasado y en perfectas condiciones para afrontar el gran reto de la temporada. Decía un conocido periodista que quizá fuese más fácil para el Atlético ganar la Champions que la Liga y lo cierto es que puede que no le falte razón. A trece batallas, con la pasión imprimida por el Cholo, lo que es indiscutible es que mucho tendrán que luchar para doblegar a un equipo que, hasta la fecha, no conoce aún el significado de bajar los brazos.
Foto de la celebración: Club Atlético de Madrid.