Simeone, el entrenador al que le dieron una pandilla de zombies y organizó un ejército de marines, ha hablado. Ha puesto voz a la afición, al menos al sector de la afición que no se conforma con que el Atlético de Madrid sea una comparsa: un equipo sometido a la dictadura madridista-barcelonista. Lo ha dicho con contundencia: sin armas no podemos luchar.
Simeone, el entrenador que rompió el binomio Madrid-Barça ganando la Copa del Rey en territorio enemigo, ha dicho que quiere que el Atlético de Madrid siga progresando. Y, para ello, es indispensable que el club contrate buenos jugadores. Comprende que no puede competir económicamente con el duopolio, pero que de ahí a quedarse peor de lo que estaba va un trecho y que no está dispuesto a recorrerlo.
Simeone, el entrenador que ha tenido Atlético durante la mitad de la temporada en el segundo puesto de la Liga, tiene la mosca detrás de la oreja. Empieza a desconfiar de los que le dijeron que Falcao tendría un sustituto del nivel que requiere el Atlético porque ve que todos los refuerzos que le prometieron se están marchando a otros equipos.
Simeone, el entrenador que ha hecho que el Atlético de Madrid ostente el récord de victorias consecutivas en competiciones europeas, no quiere hacer el ridículo en la Liga de Campeones con una plantilla de jugadores comprometidos, pero con una calidad insuficiente para brillar en la Liga de Campeones.
A Simeone, el entrenador que ha necesitado menos partidos para alcanzar 50 victorias con el Atleti, no le van a tomar el pelo Gil y Cerezo. Le habrán podido engañar una vez: una y no más. Quiere seguir ganando. Su vida es el fútbol, su vida es ganar. Y si no le dan una plantilla con opciones de ganar se irá.
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