El pasado lunes la jet-set del balompié galáctico se daba cita en Zurich para realizar el anual ejercicio de onanismo y placentero masaje de soberbia por el cual los mandamases del fútbol se votan a sí mismos para que, “democráticamente”, la pléyade se dé cuenta de quién es el que dirige el mundo. Un engendro, eso que llaman Balón de Oro, que lejos de ser el acontecimiento futbolístico de importancia y rigor universal que nuestros amigos de la prensa quieren hacernos ver, acumula todos los elementos posibles para que cualquier ser humano con un básico nivel de inteligencia sea capaz de vislumbrar que entre los fuegos artificiales y el lujo zafio hay poco más que un simple circo de masas, que como la Lucha Americana del inefable Hulk Hogan tiene mucho de espectáculo y poco de verdad. ¿Imaginan que ustedes en su empresa tuviesen que evaluar a su jefe pero que su voto fuese público? ¿Qué harían? ¿Cómo creen que saldría parado? Pues eso es más o menos lo que ocurre en esta pantomima.
Sin entrar a valorar la dudosa necesidad de descifrar quién es el “mejor” jugador dentro de un juego en el que con evidencia aritmética ganan colectivos de al menos once jugadores, ni esa necesidad por personalizar en sujetos de carne y hueso unas amores y empatías que deberían recaer colectivamente en equipos o escudos, sin entrar a discutir sobre los criterios que se utilizan para comparar defensas con porteros y delanteros con centrocampistas o sin cuestionar la cualificación que reúnen determinados personajes con derecho a voto, me parece estúpido sacar conclusiones sobre una lista en la que se vota puramente por filias y fobias. Que Messi es un excelente jugador hoy en día, el mejor probablemente, es evidente. Tan evidente como que jamás hubiese ganado ese mismo trofeo, haciendo la misma temporada (u otra infinitamente mejor) jugando en el Atlético de Madrid, el Sporting de Portugal, el Olympique de Lyon o el Tottenham. En esta obra teatral de trajes con solera, sonrisas plastificadas y peinados imposibles lo que verdaderamente se mide es la capacidad mediática de sus personajes pero sobre todo de las instituciones-carrozas en las que dichos personajes están subidos. Nada más.
Si me interesa sin embargo quedarme con la lectura circuncidada que hace nuestro querido periodismo deportivo patrio de los resultados. Más allá de entretenerme en esos elementos propios de la prensa rosa de los que se componen los chismorreos y conclusiones sobre quién ha votado a quién, o lo que es todavía más fascinante el por qué lo ha hecho, me llama la atención que la prensa del eje Madrid-Barça (¡la única y verdadera!) parezca ponerse de acuerdo únicamente en destacar el éxito sin precedentes de la Liga Española. ¿La Liga Española? ¿Éxito? Maticemos señores. El éxito es exclusivamente de dos equipos y si quieren incluimos también a sus “amigos”. Es el éxito de dos monstruos privilegiados, protegidos y disfrazados de cristalina normalidad. Es el éxito del sistema mafioso, injusto y torticero que con la aquiescencia de medios y elementos satélites se ha implantado obligatoriamente al dictado de las fuerzas vivas que dirigen Real Madrid y FC Barcelona.
El resto de equipos olvidados por todo el mundo, los siervos que supuestamente componen La Liga (porque ya hay hasta que dudarlo), no tienen nada que ver con todo esto ni desgraciadamente participan de un pastel que suponemos jugoso. Hacer la lectura de que los máximos aspirantes al título de Balón de Oro, así como todos los elegidos en el once de gala, juegan en la liga española es tan interesado como perverso y capcioso cuando esos futbolistas juegan exclusivamente en dos de los equipos de una competición que no es tal y que no interesa a nadie. ¿Qué orgullo puede suponer para el resto de equipos estar en una competición tramposa e injusta en la que no existe posibilidad física ni metafísica de crecer ni de ganar? Los españoles que no somos aficionados a Madrid y/o Barça estamos tan contentos de sentir la impotencia, de ver que es imposible competir en el nuevo fútbol de mercado en estas condiciones, de ver que cualquier jugador que destaque sólo puede jugar en los dos «únicos» equipos de este país y nos sentimos tan privilegiados de ir a ver como sistemáticamente pierde nuestro equipo frente a los todopoderosos que ya ni vamos al estadio. ¿Para qué? Si hay algún imbécil que piensa que la gente se hace abonada del Atlético de Madrid (o del Málaga o del Athletic o del Betis o…) para ver a Cristiano Ronaldo meter un gol de falta y después tocarse la pierna con “señorío” es que efectivamente es imbécil.
Hacer la lectura de que la Liga española es la mejor del mundo y goza de excelente salud (lo diga quien lo diga) es tan absurdo como deducir que el Chad es un país educado y prospero porque el hijo del tirano de ese país estudia en Harvard y tiene unas notas excelentes. Es como decir que a los españoles nos va estupéndamente desde el punto de vista económico porque Botín ha vuelto a duplicar su patrimonio y las acciones de Inditex no paran de subir. La Liga es una mentira que, tal y como está, tiene los días contados. La Liga, al igual que todo el fútbol español, es un sistema dirigido por mafias en el que se incrustan elementos como la política, las grandes familias económicas de este país o los poderes mediáticos y que cada vez se parece más a un sistema feudal. Una corte privilegiada viviendo en el Castillo y una masa vulgar que se vende junto con la tierra y que come de las sobras que caen por la alcantarilla. Una masa plebeya que vende su manso devenir así como su silencio por un engrudo de pan, un minúsculo poder local y/o la supuesta protección del amo.
Por supuesto también existe el derecho de pernada. Cualquier cosa digna de ser disfrutada por un siervo podrá ser disfrutada por el señor tarde o temprano. Así puede que se entienda mejor ese desasosiego constante en los medios de prensa madrileños por corregir esa anomalía contemporánea de que un miembro del súper-once galáctico no sea parte integrante del Barça o, sobre todo, del Real Madrid. Un error inconcebible y garrafal que por supuesto hay que corregir. Por las buenas o por las malas. Por el bien de “La Liga”.