Los humanos tendemos a etiquetar dentro la categoría de raro simplemente aquello que desconocemos. Es así, pero no por humano deja de ser absurdo. Muchas de las rarezas que aplicamos con hilaridad al pueblo japonés lo hacemos precisamente desde la perspectiva de lo que nos es ajeno y lo explicamos a través de esa extraña querencia por aplicar el apósito de “raro” a todo lo inexplicable. Los japoneses culturalmente mantienen dos personalidades diferentes que sin embargo consideran igualmente reales, una pública y otra privada. En ocasiones sibilinamente distintas, en ocasiones radicalmente diferentes. Lo que en occidente se podría entender como hipocresía allí es cultural. Lo que aquí se entendería como mentira allí es un sucedáneo aceptado de adaptabilidad al medio. El japonés público es uno y el privado es otro pero no es evidente cual de los dos es el real. Probablemente no sea ninguno o una complicada mezcla de ambos.
En el Atleti, en los últimos años, algunos de sus aficionados entendemos perfectamente la cultura japonesa. Como ellos, vivimos inmersos en una sociedad que nos ha reservado un lugar y un comportamiento con el que no nos sentimos cómodos pero del que al parecer no podemos escapar. Ese es al menos mi caso. Como aficionado colchonero contemporáneo que soy encuentro muy difícil deambular de forma transparente y honesta por el mundo ordinario. Ese que todas las mañanas construyen con placas prefabricadas, publicidad y mentiras. Un universo hostil que se ha creado a mis espaldas y que no reconozco. Que constantemente me ofende y del que tirando de cinismo me tengo que proteger. Un mundo que ha reservado para la afición de mi equipo un espacio confinado claro y evidente, cercano a la comparsa, el oficio de bufón o el de mero figurante con frase en el segundo acto. Un mundo que algunos aficionados rechazamos por principio pero con evidente inutilidad.
En la calidez de nuestra intimidad, entre correligionarios, entre aficionados al fútbol que detestan la peste de las candilejas de la galaxia, aparecemos como tipos voluntariosos, emotivos, apasionados, generosos, vivos, orgullosos, alegres, optimistas, intensos y ganadores. Si, ganadores. La imagen pública sin embargo es bien diferente. Ahí fuera somos otra cosa cuando en el mejor de los casos somos algo. En algunas ocasiones algo cercano al cortejo. Atrezzo barato. Masa dócil. En otros, como el mío, somos el Meursault de Albert Camus. El nihilista. El Extranjero.
Así me siento cuando salto al calor de la opinión pública. Un extranjero. Otro Meursault juzgado por lo que parece y no por lo que es. Condenado por salirse de esa artificial ética común que han creado los grandes grupos audiovisuales en lugar de por mis crímenes. Así me siento cuando me dejo mecer por las timbradas voces de las ondas radiofónicas, cuando inundo mis ojos con imágenes de bellezas femeninas con micrófonos que corretean por el campo persiguiendo multimillonarios que emitan alguna obviedad o cuando contengo las lágrimas leyendo la hirsuta redacción de los talibanes que han ocupado las redacciones de lo que anteriormente eran diarios deportivos. Así me sentía cuando el universo verdadero estuvo años y años vendiendo a Torres, después al Kun, después a Falcao y después el que venga. Cuando ignoraba las evidentes tropelías e injusticias que poco a poco carcomían los cimientos de una institución centenaria pero acercaba su infalible lupa a cualquier desgracia que pudiese ser entendida como optimista para el único y merengado Dios verdadero.
Cuando las toneladas de papel en las que dormían sentencias y alegatos oficiales en los que se explicaba absolutamente todo servían únicamente cómo cálido contenedor de las heces que caían de las posaderas de esos gurús de la información deportiva que parecen mear colonia. Cuando los éxitos deportivos se pintan sistemáticamente en blanco y negro para esconderlos convenientemente en los rincones de la cloaca. Cuando los fracasos deportivos se disfrazan de éxitos afines a las características presuntamente “históricas” de mi equipo. Cuando crean, reproducen y destruyen la historia al gusto del consumidor. Cuando la supuesta información rojiblanca se ejecuta a través de chistes insultantes interpretados por bufones carentes de talento incluso para la comedia, que cultivan en paralelo estómagos crecientes y menguantes dignidades. En definitiva cuando enciendo la radio, pongo la televisión o abro el periódico.
Soy un extranjero en un mundo al que me hacen pertenecer, que ni reconozco ni respeto, pero con el que he aprendido a convivir a base de poner distancia, armarme de ironía y recurrir al cinismo. Una situación que podría llegar a ser tolerable si observase signos parecidos en mis correligionarios, con los que poder mostrar mi verdadera personalidad. Entre los que sentir calor y comprensión. Entre aquellos que dicen sentirse colchoneros. Pero no es así. No mayoritariamente.
También me siento extranjero en mi propia casa. La inmensa mayoría de mis “hermanos de sangre” asumen la realidad que les inyectan en vena con obediente rigor y escasez de espíritu crítico. Independientemente de reproches más o menos indefensos, interpretan siempre la “realidad” con las claves que regalan con los periódicos. No miran a otro lado. No saben que puede existir otro lado. Cuestionan sólo aquello que se les pide cuestionar y que generalmente tiene trampa. Entran al trapo. Contestan encuestas que no respetan sus sentimientos ni sus votos. Compran con profusión las marcas que anuncian esos imperios mediáticos que les insulta con cada vez menos disimulo. Hablan de lo que hablan los periódicos y callan de lo que callan los periódicos a cambio de un forro polar barato y mal cosido en Birmania. Chapotean exclusivamente en las heridas abiertas por los líderes mediáticos y atienden con espartana atención al hermético NODO diario del nacional madridismo (o barcelonismo, que me da lo mismo). Como toxicómanos en busca de una papelina salvadora bracean por entre las miles de noticas para consumo del poder hasta encontrar esa dosis de zafia mediocridad que contenga el síndrome de abstinencia. Hasta mañana en que ocurrirá exáctamente lo mismo.
“…pensé que, al cabo, era un domingo de menos, (…), que iba a volver a mi trabajo y que después de todo, nada había cambiado…”
Imagen: Marcello Mastroiani. Fotograma de la película El Extranjero, dirigida por Luchino Visconti.
Ante todo, genial artículo con el que me siento plenamente correspondido. Decirte que hay medios para cambiar eso y yo, y me consta que más personas, lo estoy intentado. No quiero hacer spam porque este comentario es sobre su artículo, pero si a alguien le interesa puede seguir lo que escribo (si sois colchoneros os aseguro que os gustará) a través de mi cuenta personal en twitter: @Jesmudarra9.
Por último quería darle la gracias por plasmar los sentimientos de tanta gente de forma más que clara en estas lineas.
Un abrazo.
Sólo me queda descubrirme don Ennio.
OLE, OLE y OLE. Ya era hora que alguien lo dijera, alto, claro y fuerte.
Muchas gracias Ennio.
Un fuerte abrazo.
Nada que añadir u objetar; mucho que agradecer y admirar. Excelente artículo. Un saludo.
Muchas gracias a todos.
No estamos solos, me consta, pero si en franca minoría. Desgraciadamente también, es evidente.
Abrazos,
Es duro, pero es así. Sólo me queda la esperanza de que chavales como si sobrino de 12 años se están acostumbrando a que el equipo gane y quizá pueda influir en que la afición más joven sea la más exigente a medio plazo. Un saludo.