Resulta realmente triste que, a pocas horas de que el Atlético de Madrid haga su debut en la fase de grupos de la Europa League, se hable más de las palabras del que fuera capitán del Celtic, Billy McNeill, que de las posibilidades reales del campeón en 2010. Sin saber cómo ni por qué, las ya de por sí pocas páginas dedicadas al Atleti se ven repletas de entrevistas con jugadores veteranos que presentan su versión de lo ocurrido en 1974 como si tuvieran que dar ahora, casi 40 años después, explicaciones por lo sucedido en aquella semifinal de la Copa de Europa.
Después del esperpento protagonizado por la UEFA (uno más que tiene como protagonista directo a nuestro equipo) serán los escoceses y no el Sion, tras una reclamación a la desesperada, quien dispute el jueves el partido en el Calderón. Pero lo que se viva sobre el césped del Manzanares, ya estará contaminado por un ambiente de revancha y deudas pendientes que deseamos no llegue a mayores. «El Atlético es escoria», reconoció el bravo defensa que levantó la primera y única Copa de Europa de los Leones de Lisboa. Para los más jóvenes, entre los que me incluiré, haremos un repaso de lo que llevó a McNeill a realizar semejante declaración.
Las semifinales de la Copa de Europa de 1974 enfrentaban a Atlético y Celtic en un duelo que ponía sobre la balanza el declive de un gran equipo escocés, que fue capaz de triunfar en el viejo continente con un grupo de escoceses aguerridos como el mismísimo William Wallace, y al mejor conjunto colchonero de todos los tiempos. En el equipo británico, todos sus jugadores habían nacido en un perímetro inferior a las 50 millas alrededor de Glasgow, por lo que el mérito fue aun mayor su gesta. Contaban además con Jimmy Johnstone, un diminuto extremo de 155 centímetros al que solo había forma de pararlo que con faltas. Digamos, salvando las distancias, que era el Messi de la época.
El propio Johnstone definía lo que era aquel equipo que ganó al todopoderoso Inter la final de la Copa de Europa del 67 en Lisboa: «Allí estaban Facchetti, Domenghini, Mazzola, Cappellini… Todos de más de metro ochenta, con bronceados de Ambré Solaire, sonrisa Colgate y pelo engominado hacia atrás. Todos y cada uno de ellos se parecía a la estrella de cine Cesar Romero. Hasta olían bien. Y allí estábamos nosotros, los enanos. Yo no tenía dientes, Bobby Lennox tampoco tenía ninguno y el viejo Ronnie Simpson tenía el kit completo, sin dientes ni arriba ni abajo. Los italianos nos miraban desde arriba y nos sonreían y nosotros les sonreíamos con nuestras bocas desdentadas. Debíamos de parecer algo así como recién salidos del circo».
Pero de aquello habían pasado ya siete años y muchos de esos jugadores se encontraban en el ocaso de su carrera. El Atlético era, en aquel momento, mejor equipo pero el terrible ambiente de Glasgow atenazó a los nuestros. Adelardo definía ayer mismo en una entrevista en Mundo Deportivo que lo que se vivió fue una guerra entre países. Sin saber hacer su fútbol, el Atlético se dedicó a frenar con fuerza al rival, renegando del estilo que le había hecho derrotar ese mismo año a Estrella Roja o Galatasaray con un gran fútbol.
No diré que el partido no fue violento porque lo fue. Este vídeo del Celtic-Atlético de 1974 en Youtube puede dar fe de los modos que emplearon los zagueros rojiblancos (rojos en aquella ocasión) para frenar al pequeño Jinkly. Incluso crónicas de la época como la de ABC o la de Mundo Deportivo (Página siguiente), hablan del lamentable espectáculo ofrecido por el equipo de Juan Carlos Lorenzo. Pero los acontecimientos no quedaron ahí. El pitido final fue el comienzo de una pesadilla vivida por la expedición colchonera que debería hacer recapacitar a McNeill por sus palabras. Golpes, insultos y vejaciones por parte de aficionados rivales e incluso miembros de seguridad y policía. El Celtic no había podido con un Atlético venido a menos con tres expulsiones y que terminó prácticamente colgado de la portería de Manolo Reina. Sin embargo, eso no explicaba el comportamiento de un club que, en el partido de vuelta, fue tratado con una exquisitez sensacional por el Atlético de Madrid.
Con seis hombres habituales fuera del once, los rojiblancos sufrieron para ganar al Celtic en un partido histórico en el que la afición colchonera dio un recital tanto de animación como del respeto al rival. Por desgracia, alguno de aquellos bravos escoceses parece querer acordarse solo de lo negativo de aquella eliminatoria. Desde aquí solo puedo decirle, señor McNeill, que está perdiendo usted una extraordinaria oportunidad de enterrar el hacha de guerra y venir a Madrid para comprobar que no somos como usted nos pinta y de paso celebrar que, casi 40 años después, los dos equipos siguen vivos en la zona noble del fútbol europeo. Y le advierto que, tal como está la cosa, es un todo un logro. Invitado está.
McNeill, creo, es un señor bastante mayor cuyas palabras hay que relativizar. Yo, al menos, no me siento ofendido; al menos han valido para que la inmensa mayoría de la afición, a la que estas cosas del pasado no interesan, sepan que el Atleti de la época era un equipo monumental, duro y con calidad, con hechuras de grande y espíritu de muy grande.
McNeill habla de un Atleti que hoy, viendo lo que tenemos, resulta irreconocible. McNeill habla de un equipo temido y temible del que ahora sólo se dice que compra jugadores desconocidos y que cae en fases de grupos. Para el que suscribe, hay más respeto en las palabras de McNeill que en la saga de Torrente, en la imagen que del club dan su presidente y su consejero delegado o en las opiniones vertidas por los periodistas que cubren la información del club desde un conformismo paniaguado bochornoso.
Don Carlos: tiene usted más razón que un santo. Ni quito, ni pongo.
Un abrazo.
No te falta razón, ElRojoyelBlanco, en tus palabras (sobre todo en lo de Torrente, cuya última película nos deja a la altura del betún), se trataba de otro Atleti que poco o nada tiene que ver con el que últimamente vemos/sufrimos.
No hay que darle a esas palabras más importancia de las que tienen. Puede que no fuera el mejor momento de hablar de aquello (o sí). A mí, al menos, me ha servido para bucear en un episodio que se vivió diez años antes de nacer y que, casi 40 años después, nadie nos recuerda si no es por cosas como esta.
Bienvenido y gracias por la aportación.