Habían pasado sesenta minutos de un partido infumable, insoportable, deplorable (añadan todos los -ables que se sepan y se quedarán cortos). Lo iba aguantando a duras penas, y en esto que entre bostezo y bostezo sale Agüero. Ahora sí que van a pasar cosas, pensé. ¡Vaya que si pasaron! En diez minutos cambió el ritmo del partido con un par de apoximaciones esperanzadoras.Pero, en una jugada absurda, un escupitajo sin sentido ni motivo, injustificable, imperdonable, (vuelvan a añadir todos los -ables) el árbitro expulsa a Agüero.