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Está muy de moda en el lenguaje coloquial y mucho más en el publicitario emplear superlativos del tipo cuponazo, libretón. El lenguaje del fútbol no se libra de esta forma de hablar. Así es frecuente escuchar que tal o cual portero ha hecho un paradón o que fulanito ha lesionado a un contrario haciéndole un entradón.

Los profesionales del fútbol suelen decir una frase que odio profundamente. Es aquella que dice prefiero jugar mal y ganar que jugar bien y perder. Analizar la fracesita de marras nos llevaría mucho tiempo y no es cuestión. Yo completaría la frase de otro modo y diría: prefiero jugar mal y ganar que jugar mal y perder.

El Atleti se marchó de vacaciones de Navidad cuarto en la tabla, a escasos dos puntos del segundo, con una racha de quince partidos sin perder. Unos partidos mejor, otros peor, pero sin perder. Uno esperaba que este arranque de 2009 supondría la consolidación en los puestos altos de la clasificación.Nada más lejos de la realidad.

Por fin un partido en el que el Atlético de Madrid jugó como le pedimos la mayoría de los aficionados: al ataque. Un ataque demoledor, sin compasión del enemigo. Llevábamos dos meses y medio deambulando por campos de media España hasta ayer en que el Atleti se decidió a ir por el partido sin especulaciones, sin cálculos.

Pasé la semana dudando si acercarme o no al Calderón para ver el partido del Rácing. La ola de frío, es noviembre, qué quieren, la sinuosa trayectoria rojiblanca en la temporada y la demencial hora a la que se iba a jugar el partido no me animaban mucho a hacer el viaje hasta Madrid. Pero, no ir a ver al Atleti me parece como traicionar a un buen amigo.

Y si además, al que busca se le ponen las cosas más o menos fáciles, entonces siempre se cumplirá la frase del título de hoy. Porque el Atleti consigue que los equipos vayan cogiendo esperanzas a medida que transcurre el partido. Da igual que se ponga por delante en el marcador, si no remata los partidos, tengan por seguro que la emoción está asegurada.

Íbamos la mayoría de los aficionados al estadio con el hacha desenterrada para cortarle la cabeza a Javier Aguirre, dicho todo esto en sentido figurado, que se me entienda, por favor. 40.000 hachas, una sola cabeza, difícilmente iba a salir Aguirre con ella sobre los hombros. Vamos, ni en helicóptero.