Acostumbrado a no deshacer la maleta ninguna noche y esperar cada mañana la llamada de su representante para cambiar de ciudad en cualquier momento y seguir jugando al fútbol. Con las botas al hombro, entrelazadas por los cordones y el macuto a la espalda ha pateado muchos caminos de España. Sentado cerca de la cuneta, el jersey como almohada y la cabeza recostada sobre una piedra esperaba, pacientemente, un autobús que le llevara a un nuevo destino.