Acudía la parroquia rojiblanca al Calderón con la idea de que una victoria nos dejaba matemáticamente clasificados para dieciseiavos de final de la Europa League. La afición ya no sabe en qué estado de ánimo acude ni por qué acude, pero acude, si bien en menor número del acostumbrado. A pesar de eso, y quizás picados por los cánticos griegos, parecíamos más de los que en realidad éramos.