Hace tiempo, andaba paseando la vista entre las infinitas emisoras absurdas que saturan el espacio televisivo cuando mi consciente reparó en un partido de fútbol de la liga portuguesa que por allí estaban emitiendo. El causante de que mi estado de letargo cerebral llegara en ese momento a su fin no fue un gol espectacular ni una jugada brillante porque, de hecho, el partido no había comenzado.