Como quien no quiere la cosa, el zumbido de nuestro querido insecto ha llegado a la primavera –trompetera, que dirían Los Delinqüentes- con más fuerza que nunca. Nadie pensó jamás que su vuelo fuese a durar tantas y tantas semanas junto con el de los dos bólidos diseñados para arrasar sin importar lo que sucediese a su alrededor. La cruda realidad es que, despidiendo el mes de marzo, el Atlético de Madrid depende de sí mismo para conseguir los dos títulos por los que lucha.
Los que hace unas semanas lo dieron por muerto, recelan ahora de los rojiblancos. La minicrisis que se instauró en el Atlético dejó al equipo pendiendo de un hilo, pero con vida. La mosca agonizó, pero nadie acabó por darle la dósis necesaria de insecticida. Simeone y los suyos han hecho de ese ápice de esperanza su tabla de salvación y han construido sobre ella un nuevo sueño que alcanzar. Tan difícil como siempre, más sólido que nunca. Porque el Atlético, que antes jugaba con la ilusión de un aspirante, lucha ahora con el hambre de un favorito. Con la dignidad intacta de a quien no le han regalado nada ni dentro del campo ni desde los medios de comunicación.
En el Atlético, sin embargo, parece que tampoco ha cambiado nada. Su capitán, cuya temporada le hace merecer ascenso a comandante, sigue siendo un pulmón incansable, con licencia ahora para alegrar al respetable con derechazos que no se recuerdan desde tiempos de Forlán. El mago turco sigue deleitando con sus trucos mientras no se le caen los anillos al ponerse el mono de trabajo y bajar al fango a dejarse la piel. La defensa sigue por sus fueros de conceder lo mínimo y dejar que los de arriba marquen la diferencia. Y arriba sigue el de siempre, el rey Lagarto, un hombre con un pie en el registro para cambiar su nombre por el de Diego Kosta, merecido homenaje a su socio de honor por tantos y tantos regalos en forma de pase de gol. Existen matrimonios de los que celebran Bodas de Oro cogidos de la mano con menos complicidad que la que Costa y Koke ofrecen sobre el terreno de juego. Bendita sociedad.
Simeone también mantiene su discurso. Ni alzó los brazos al cielo tras el fulgurante inicio, ni agachó la cabeza cuando todos vaticinaban el ineludible descalabro atlético. Partido a partido. Todos fallan y el Atlético no hubo de ser menos. Pero como caerse está permitido y levantarse es obligatorio, el panorama, a nueve citas del final, es esperanzador y más aún lo sería si la fortuna arbitral no hubiera perjudicado a los rojiblancos en favor de quienes ahora dicen no haberse visto beneficiados por ella nunca jamás. Ironías de la vida.
Del sorteo europeo, poco que decir que no se haya dicho ya. La lástima de no haber cruzado con un rival de otro país que le diese a la eliminatoria los tintes continentales que merece. Ya metidos en materia, dudo que exista un solo atlético con más miedo del que pueda tener el azulgrana más optimista. Llegados a este punto, el rival pequeño se refuerza con la armadura del kamikaze que no tiene nada que perder y las hondas de David se hacen más peligrosas para el Goliath de turno.
Ahora, más que nunca, que el zumbido se haga más fuerte, más molesto, que se haga casi irresistible porque la ocasión es ilusionante, es alcanzable y, por desgracia, puede que sea hasta irrepetible.
Foto: www.clubatleticodemadrid.com (A. G.)
Partido a partido y hasta que las fuerza, que es mucha, aguante y los árbitros nos dejen, por que nadie debe olvidar que somos el invitado incomodo en la fiesta organizada para los de siempre.
Mas que nunca el Calderón debe revosar de Atléticos de verdad, nuestros gladiadores y su general se lo merecen.