En las horas previas a la Gala de los Óscar se vio en el Vicente Calderón un derbi que comenzó con un guión que para nada era original. Al cuarto de hora, los visitantes ya iban por delante con la parroquia local reclamando un penalti como la copa de un pino y que quedó en el limbo. A partir de ese momento, el Atlético de Madrid, esta vez sí, reescribió la historia reciente que tantas y tantas veces se había se había proyectado en el Vicente Calderón. Existe una ley no escrita pero irrefutable que afirma con rotundidad que el Atleti sufre más ante el eterno rival en campo propio que en tierra hostil. Misterios del fútbol.
Pero en esta ocasión, la cinta fue otra. El elenco rojiblanco, al unísono protagonistas y actores de reparto, se fue sacudiendo del doble golpe y redujo una marcha para equilibrar el exceso de motivación que tanto mal suele hacer en las huestes colchoneras. El minuto a minuto que tanto pregona Simeone fue el mejor analgésico y el Atlético comenzó a parecerse al Atlético y no a esa sombra en la que parece mutarse cada vez que su gran rival pisa el césped del Manzanares.
Antes del pitido que mandaba a vestuarios, un doble zarpazo daba la vuelta a la situación. Un inexplicable giro a la historia en el que importaba tanto o más el quién que el cómo o el porqué. Koke y Gabi, Gabi y Koke, presente y futuro del espíritu rojiblanco anotaban dos goles con una carga emocional que al que suscribe no le generaba desde aquel gol de Fernando Torres, primero y último, en un derbi demasiado tiempo atrás. La cantera, el mejor activo rojiblanco, al poder.
El Atlético fue otro en esta ocasión. No se tumbó en la lona esperando el tiro de gracia ni se escudó, pese a que tuvo motivos para hacerlo, en el infame arbitraje para explicar una derrota más en un derbi. Había demasiado por jugar, mucho más por defender en cuanto a historia y pedigrí de un escudo. El empate final, surgido de una desafortunada acción defensiva –aquí sí que hay cosas que nunca cambiarán- otorgaba un premio al de momento líder de Primera, que festejaba el punto conseguido casi tanto como la Décima por alcanzar.
Dejaré para otro capítulo lo extradeportivo, demasiado se ensució ya con el famoso mecherazo de hace unas semanas como para seguir echando leña en una hoguera que simplemente debería arder con la fuerza que un partido de estas características genera ya de por sí. Patadas, juego subterráneo e intentar ganar por todos los medios lo que cuerpo a cuerpo es imposible conquistar. Así se peleó la Supercopa, así debería seguir luchándose en un futuro. Si bien no es el método más ortodoxo ni el más admirado por los rivales, es el que ha traído más alegrías al equipo de Diego Pablo Simeone. Y bien sabrán ustedes que de alegrías, de un tiempo para atrás, tampoco vamos tan sobrados como para renunciar a ellas a cambio de actuar de un modo políticamente correcto. Si otros lo hicieron con anterioridad, ¿por qué el Atlético iba a ser menos?