Al grito de ‘Aúpa Atleti’ se despedían un soldado del bando republicano y otro del bando nacional después de que el primero le perdonase la vida al segundo. En una España rota por la Guerra Civil, el Atlético de Madrid generaba un inexplicable nexo de unión que inspiró a los publicistas de Sra. Rushmore para realizar otro pasional spot que animase a unas masas que, en lo deportivo, tenía pocos motivos para la alegría. Corría el año 2003.
Han pasado once años y ahora ya no hacen falta ese tipo de anuncios. Los niños preguntan ahora a sus padres cómo es posible que haya gente que no es del Atleti y la extraña conexión la disfrutamos dentro del terreno de juego y no en anuncios publicitarios. Porque entre Lagarto y Vallecas se gestó una relación destinada a hacer olvidar a futbolistas inolvidables como Agüero o Falcao con los ingredientes básicos de la historia del Atlético de Madrid: Velocidad, potencia, coraje y sacrificio.
Uno forjó su leyenda recorriendo la geografía española de cesión en cesión, el otro jamás quiso salir de la que siempre fue su casa, esperó su momento aún cuando los cantos de sirena del exterior sonaban con tanta fuerza como las puertas que entrenadores pasados le cerraban. Diego Costa no sería portada en medio mundo sin Koke por detrás, Koke no sería el futbolista de moda llamado a ser uno de los líderes la regeneración de la Selección sin un referente como Diego Costa por delante.
El uno y el otro están firmando la temporada de sus vidas, pero ambos son conscientes de la importancia que tiene su socio. Nueve goles de Costa llevan el nombre de Koke como asistente. Basta una mirada, un movimiento para que el engranaje del peligro atlético funcione a la perfección. En San Mamés, su exhibición sirvió para presentar sus credenciales antes del gran duelo en el Camp Nou. El estadio barcelonista se antoja un escenario ideal para que Koke y Diego Costa sigan deleitando con sus diabluras al aficionado rojiblanco.