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Si a usted le vale para disfrutar que el Atlético de Madrid gane, estará satisfecho. Si usted le pide al fútbol y a nuestro equipo un poco de juego y de espectáculo, habrá terminado de ver el partido con gesto de indiferencia. Se califica el fútbol como un deporte maravilloso, emocionante y espectacular y demasiadas veces no se ve ninguna de estas tres cualidades sobre un terreno de juego. Ése fue el caso del partido de ayer. Un partido totalmente intrascendente si no fuera por lo que cuentan los tres puntos de la victoria.

El Atleti necesitaba ganar. La triunfante racha en la Liga y la Europa League se cortó abruptamente en dos partidos consecutivos, de forma más preocupante en Coimbra que en Valencia. Había que comprobar que el equipo no había decaído en ánimo ni en confianza. En este aspecto el Atlético no nos defraudó a quienes esperábamos que seguiría en la misma línea de comportamiento que había tenido hasta ahora. Simeone ha cimentado con hormigón armado la mentalización de los futbolistas y no parece que se vayan a hundir tan fácilmente. Otra cosa es si hablamos de fútbol.

El partido fue malo de solemnidad, como se decía antaño. Un juego insulso, atropellado y alborotado provocó el aburrimiento en no pocos aficionados. Simeone volvió, como se preveía, a una alineación que salvo uno o dos hombres puede considerarse la mejor que puede poner. Sí que hubo un cambio reseñable y fue la incorporación de Raúl García como acompañante de Falcao dejando las bandas para Turan y a Adrián.

No se dispone de jugadores de garantías que puedan jugar en los extremos. Ni Adrián ni Koke ni Raúl García, que han actuado por esa zona en varias ocasiones son jugadores de banda. Hay que  repartir el espacio y Simeone no encuentra una solución alternativa que sea satisfactoria. Es costumbre este año ver al asturiano en ese puesto que, a mi juicio, le perjudica a él y, por tanto, al equipo, ya que en posiciones tan alejadas del área le resulta más complicado explotar sus virtudes.

Con los dos jugadores más creativos del equipo en las bandas el equipo se desconecta. Falcao se queda como el Llanero Solitario luchando contra extraños y propios con muy pocas posibilidades de rematar en condiciones favorables. Prueba de ello es que sólo tuvo una ocasión clara de remate en todo el partido que desperdició con una floritura. El resto del partido se lo pasó peleando, corriendo y sufriendo un sinfín de faltas. Cada vez es más habitual verle fuera del área tratando de hacer jugadas personales. Una buena noticia con tintes preocupantes. Por una parte, el ariete ha mejorado muchísimo en control y conducción de la pelota, pero por la otra evidencia la soledad que últimamente padece Falcao.

Lo más destacable fueron los goles. El de Adrián que sirvió para adelantar al Atleti en el marcador y para, esperamos, darle un poco más de confianza al delantero que parece estar ahora un poco más fino. El segundo, de Turan, en una recuperación de la pelota cuando el Getafe salía de su defensa. Su quiebro con la cadera a Moyá fue lo único que pudimos ver digno de mención en noventa minutos.

El Getafe fue el rival soñado para que el Atleti pudiera reafirmarse en la cabeza de la clasificación. No nos dio ni un susto, ningún problema, excepto el exceso de faltas a nuestro delantero. El Atlético demostró oficio para ganar partidos, que no es mala cosa, no, pero un poco de fútbol de vez en cuando nos alegraría el domingo.