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Si su mujer le deja la VISA tiritando, si su jefe te pone pero no te atreves, si el coche le ha dejado tirado en una noche fría de invierno, si su novio se ha ido con su mejor amiga, si se le ha olvidado dejar preparada la comida de mañana, si el perro del vecino le impide  dormir la siesta, si sus hijas le quitan el iPad, si se quedó sin batería en el teléfono, si no le ve el sentido a su vida, si cree que la corrupción no tiene solución, ponga a Diego Costa en su vida. Recupere la alegría de vivir y sonría.

Nunca agradeceremos lo suficiente al Benfica que desembolsara unos cuantos millones para llevarse al Toto Salvio este verano. Al dejar una plaza de extracomunitario, Diego Costa pudo quedarse. Una bendición para el Atlético.

El delantero brasileño dio un clinic en la primera parte demostrando tener un poderío colosal. Empezó el partido para él con un lance tortuoso al chocar la cara de Perquis en el codo de Costa. El auxiliar avisó con visibles y reiterados aspavientos a Undiano, lo que hacía temer su expulsión cuando aún no habían transcurrido cinco minutos. Al final fue amarilla. Menos mal, porque de haberle sacado la tarjeta roja nos hubiera privado de un espectáculo enorme y de los dos goles del Atlético.

Se tiene a Diego Costa por un futbolista torpón. Nada más lejos de la realidad. Cierto es que algunas de sus acciones son farragosas, pero tiene una extraña habilidad para manejar la pelota que le hace salir victorioso de la mayoría de los envites. Y una gran fuerza.

Fue el protagonista de las acciones de ambos goles. En una, dando el balón a Raúl García para que centrara cómodamente a la cabeza de Falcao. En la otra para provocar un estropicio monumental en la defensa verdiblanca dejando discurrir la pelota entre múltiples bicicletas que volvieron loco a Chica. Después, propinó un semicentro, que fue recogido por Godín, que muy inteligentemente cedió a Filipe para que remachara el segundo con un tiro muy ajustado al poste. No, no se llama Andrés ni se apellida Iniesta, pero en esa jugada se le pareció.

El Atlético de Madrid se había enganchado al espíritu costista y amenazaba con dejar la eliminatoria sentencia en cuarenta y cinco minutos. Poco faltó para que ocurriera eso, si no hubiera sido por el ojo de halcón del auxiliar que anuló correctamente un fuera de juego milimétrico de Raúl García.

Diego Costa estuvo secundado por Mario y por Gabi. No dejaban de pelear un balón, sobre todo el segundo en un despliegue físico extraordinario. El capitán está inconmensurable. El balón lo tenía el Atlético porque Gabi mordía, achuchaba y se batía contra todo bicho viviente que llevara una camiseta verde y blanca.

Nos la prometíamos muy felices esperando una segunda mitad como la primera. Pero el Betis no había dicho la última palabra. Los equipos son como sus entrenadores. El Betis, también. Es directo, sincero y transparente, como Pepe Mel. Y además, tiene fútbol. Bastante.

Se puso a tocar la pelota hasta conseguir que se jugara mucho más tiempo en campo colchonero que bético. Comenzó la reanudación en una jugada centelleante en la que Jorge Molina estuvo a punto de batir a Courtois. El belga hubo de salir de su arco y abrir toda su envergadura para evitar el gol.

Al Atlético le faltó oxigeno o se confió demasiado a su fortaleza atacante a la espera de que le llegara la ocasión de certificar la eliminatoria a su favor. No pudo superar al Betis en toda la segunda mitad, salvo en jugadas aisladas poco precisas y carentes de peligro real.

Eliminatoria favorable para nuestros colores, aunque visto lo que ocurrió en la segunda parte y la capacidad de los béticos de generar fútbol, ni mucho menos finiquitada.

A los «Costistas»: a los que siempre creyeron y nunca dudaron.

Foto: Club Atlético de Madrid.